Los seres humanos, al igual que la mayoría de los seres vivos, estamos sometidos a la senescencia programada. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. De la misma manera que la industria ha impuesto la obsolescencia programada de los coches, electrodomésticos, bombillas, etc., los mamíferos, al menos, estamos programados para que, una vez hayamos cumplido nuestra fase de reproducción, desaparezcamos de la naturaleza ya que biológicamente hemos cumplido con el ciclo vital.
Haciendo unos simples cálculos, podemos determinar que un hombre o una mujer a sus 30 o 35 años podrían haber cumplido su ciclo vital y sus hijos ser ya fértiles y autónomos. Precisamente, es hasta los 35-40 años de una persona el periodo que se correlaciona con la llamada “vida libre de enfermedad”. Hasta entonces es raro que suframos las llamadas enfermedades asociadas al proceso de envejecimiento y es a partir de los 35 ó 40 cuando precisamente la incidencia de estas enfermedades se dispara.
El envejecimiento ha sido considerado clásicamente como un proceso natural fisiológico al que hemos de resignarnos sin tomar medidas especiales. Sin embargo, en los últimos años se han levantado voces acreditadas del mundo de la ciencia que consideran al envejecimiento como una enfermedad más, la principal causante de las enfermedades relacionadas con el propio proceso de envejecimiento, las llamadas enfermedades crónicas no transmisibles.