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Testimonios

Dr. Durántez

Nací en Barcelona a mediados del siglo pasado. Mi padre era un emprendedor. Desde muy pequeño y casi sin darme cuenta, aprendí de él muchísimas cosas buenas, cosas que ahora forman parte de mi manual esencial de conducta.

Recuerdo que una de las preocupaciones que compartían él y mi madre tenía que ver con el envejecimiento saludable. Los dos estaban convencidos de que era posible recorrer las últimas etapas de su carrera existencial con una buena calidad de vida. Sé que fueron a Rumanía a visitar a la célebre doctora Ana Aslan, pionera en geriatría y gerontología, para que les guiara por los diferentes tratamientos antienvejecimiento disponibles en aquella época. Volvieron muy contentos de su visita y siguieron a rajatabla los consejos de la doctora. No solo se trataba de tomar los suplementos alimenticios recetados, sino que había que seguir una serie de pautas globales que tenían que ver con el estilo de vida, la alimentación y la práctica del deporte.

Los años han pasado y este tipo de medicina se denomina en la actualidad “Age Management Medicine”, es decir “Medicina de gestión de la edad”. Hemos dejado en el camino el prefijo “anti” para acercarnos un poco más a la realidad de los tratamientos modernos. No se trata de ser “anti” de nada, sino de ser proactivos y tomar con decisión las riendas de nuestras propias vidas.

Cuando conocí al Dr. Durántez, él era un afamado experto en medicina deportiva y yo una persona preocupada por la salud y la prevención, supongo que casi sin quererlo, siguiendo la estela de mis progenitores. Yo practicaba deporte con asiduidad y quería sentirme bien y asegurarme de que mis condiciones físicas eran las adecuadas y de que no corría ningún riesgo de tipo coronario.

El Dr. Durántez amplió muy pronto la especialidad de medicina deportiva con la adopción y aplicación de las más modernas técnicas de la Medicina de gestión de la edad, siguiendo las teorías de los más solventes especialistas de los EE.UU. Han pasado ya más de quince años y lo que para mí empezó como un simple y rutinario chequeo deportivo, convergió inmediatamente hacia un completo modelo de prevención que ha durado durante todo este tiempo. La fórmula es muy simple: a través de diversas pruebas y análisis, se determina la condición física del paciente. Es lógico que a medida que nos hacemos mayores, disminuya la presencia en nuestro organismo de elementos esenciales para nuestro bienestar. La misión del facultativo es la de aportar lo que nos falta y fortalecer lo que nos queda. En este sentido, me gusta mucho una frase que acostumbramos a comentar con el Dr. Durántez: -“Doctor, vengo a verle para que no me tenga que curar”.

Yo he seguido fielmente los consejos que me ha dado el Dr. Durántez y he añadido a mi dieta los suplementos y vitaminas que mi cuerpo se ha ido dejando en la cuneta de mi recorrido vital. Hace ya tiempo que me siento en plenitud física y mental y practico deporte con compañeros que tienen veinte o treinta años menos que yo. Es evidente que puede haber diferencias técnicas, pero a nivel físico aguanto como el que más.

Pero aquí no se trata solo de estar bien físicamente, es igual de importante tener una actitud firme y positiva hacia la vida. Hay que desterrar los sentimientos negativos (odio, rencor, envidia, celos, avaricia, egoísmo…), pues solo hacen daño a la persona que los experimenta. Y por supuesto tener una vida social activa, querer y ser querido.

Doy las gracias al Dr. Durántez por ayudarme a tener una excelente calidad de vida, a pesar del paso inexorable de los años. Y lo mejor, es que puedo decir con orgullo que vivo en una armonía total, sin que el dolor afecte a ninguna parte de mi cuerpo.

Cincuenta años después… ¡qué grande es ser joven!

Esta es la historia de una Lolita increíblemente menguante. A mí nunca me gustó la juventud. No me gustaba la gente que lo era. No me gustaba ni serlo yo.

La juventud me parecía, cómo lo diré, un larguísimo páramo muy árido…. Una época en la que pasas por la vida de perfil, despilfarrando energías y dones (el que los tenga) y sin enterarte de nada. Cuando la belleza, la fuerza y la salud son una lotería que, si te toca, ni se te pasa por la cabeza agradecerlo.

Yo trataba de combatir el tedio acelerando mi biografía. Relacionándome con personas mayores, a veces hasta disparatadamente mayores que yo, y actuando yo misma como si ya lo fuera (supermayor). Eso no era difícil porque desde siempre mis gustos tuvieron un punto vintage y hasta redicho: cuando mis amigas empapelaban sus habitaciones de pósters de Leif Garrett y de los Bee Gees, yo impertérrita escuchaba a Frank Sinatra y Nino Bravo, iba al instituto con falda tubo y tacones cuando el paradigma eran los vaqueros roñosos y las Dr. Martens, leía mientras los demás…ay, los demás.

“Ay, si se pudiera volver a ser joven teniendo la experiencia de ahora”, oía a mi madre recurrentemente lamentarse. Tan recurrentemente que en mi afán por quemar etapas se infiltraba a veces un punto de repelús. No dejaba de resultar inquietante el generalizado entusiasmo de muchos de mis mayores justamente por aquella parte de mí que yo menos apreciaba: la bisoñez. Tanto como anhelaba yo quitármela de encima, parecían ellos echarla de menos.

Pero yo, ni caso. Rebasé la barrera de los treinta años primero y de los cuarenta después con sensación de ir siempre para arriba, en progresión ascendente. Se ha confirmado la sobrecogedora intuición que llenó de prisa mi adolescencia: adentrarse en la edad es personalizar la vida, customizarla más y más, para usar un término a la moda. Todos los jóvenes se parecen. Pero en la madurez, cada uno es como es a su manera.

Siempre tuve una fe ciega en que mi motor interior, ese que, en muchas personas, por desgracia, se cala a los primeros compases de la vida adulta para seguir el resto de la vida al ralentí, iría a toda máquina y hasta ganando caballos con los años. Nunca dudé de que lo mejor estaba por venir. De que, si no me fallaban el cuerpo y las energías, si no se me atravesaba ninguna enfermedad ni debilidad traicionera, el futuro siempre sería más y mejor que el pasado.

Era conmovedora por mi parte esa confianza, la tranquilidad absoluta con que pensaba yo eso, antes de conocer al doctor Ángel Durántez, o Doc, que es como yo le suelo llamar desde que una serie de insólitos azares, carambolas y casualidades (pero ya se sabe que lo casual suele ser el camuflaje del destino…) hicieron que nuestros caminos se cruzaran allá por el año 2016.

Ángel Durántez es un reputado pionero de la medicina antiaging en España, pero no es sólo eso. Yo creo que es uno de los pocos profesionales de su campo que he conocido que son plenamente conscientes, y que lo son todo el rato, del ineludible componente humanista de su oficio. El otro sería el psiquiatra Luis Rojas Marcos, quien tan admirablemente comprendió el impacto del 11-S en la psique no ya de sus víctimas directas sino de todos sus espectadores indirectos. Uno de los primeros en verbalizar la relevancia médica de la compasión.

Lo de Ángel Durántez parece menos de película, menos dramático, pero sólo si uno lo piensa sin pararse a sumar dos y dos. Porque, vamos a ver: incluso en el mundo de hoy, las posibilidades de tenerse que enfrentar en persona a algo como el 11-S son minoritarias. Son remotas. Por eso aquellos que sí se enfrentan son noticia. No lo son en cambio los miles de millones de seres humanos en el mundo que cotidianamente lidian con la vejez. El infierno de las mujeres llamaba pérfidamente a la vejez el francés La Rochefoucauld. Bueno, pues yo no creo que los hombres la sufran menos. Yo estoy convencida de que, para mucha gente, entrar en la tercera edad puede ser tan traumático como sobrevivir a un atentado terrorista.

El alargamiento de la esperanza de vida, sobre todo en sociedades como la nuestra, les ha dado la vuelta a muchas cosas. Ahora resulta que una persona razonablemente sana, que no muera de accidente o de enfermedad súbita, puede tener que ser “vieja”, o lo que antes se consideraba como tal, entre un tercio y la mitad de su existencia objetiva. Aquello de “morir joven y dejar un bonito cadáver” –o, ya puestos, “para lo que me queda en el convento…etc”-, cada vez va a ocurrir y a colar menos.

Más nos vale entonces que las edades avanzadas sean interesantes e incluso (como ambicionaba yo), más divertidas que las edades tiernas porque, de lo contrario…pues eso, millones de personas van a pasar no menos de un 40 por ciento de su biografía en estado infernal. De ahí la importancia de lo que hace Ángel Durántez, mi amigo y mi Doc. De lo que hace y de cómo lo hace.

La medicina antiaging, que combina lo preventivo con lo imaginativo, con una comprensión del cuerpo y de la salud como algo a optimizar y llevar a lo más alto (no simplemente conformándose con que no fallen o no den demasiados problemas), tiene más auge todavía en Estados Unidos que aquí, donde hay quien ya la ha sabido plantear como un artículo de lujo. Que envejezcan los pobres o los tontos, parecen venir algunos a decir. Para quien tenga luces y dinero, hay opciones para alargar no sólo la vida, sino todas sus potencias.

Ángel Durántez tiene el mérito de haber comprendido y puesto en práctica antes que otros una visión más “europea”, más humanista e incluso clásica, del implacable teorema americano. Sería injusto simplificar demasiado, pero ustedes ya me entienden: ser seriamente proactivo contra los envejecimientos prematuros, contra las decadencias evitables, es una magnífica profesión, puede ser además un buen negocio, pero cuando se hace bien, deviene además un servicio social de inesperada envergadura.

Mírenme a mí. Ya les he contado lo felices que me las prometía, la ilusión que me hacía hacerme mayor. Debo ser la única que, cuando mi ginecóloga me anunció que estaba empezando a entrar en menopausia, lancé un grito, lo juro, de sincero júbilo. Era como si la Lolita impaciente que siempre quiso ser mayor se desprendiera al fin de una pesada carga. Cumplidas mis fertilidades, tuve la sensación de tomar una nueva curva de mi vida especialmente libre, excitante y peligrosa.

Pero nunca habría sido igual sin mi Ángel Durántez de la guarda. Yo, que no soy del todo idiota, contaba con tener que pagar cierto peaje de achaques para acceder al divino tesoro de la madurez. Hombre, y algunas bajas ha habido: llevo hace años unas gafas que durante tres décadas y media ni soñé en necesitar, tengo que cuidar mi alimentación y que hacer ejercicio si quiero que mi cuerpo se ajuste a un determinado perímetro, necesito ayuda química para dormir por las noches…

Pero si hago balance debo decir que el pasivo de la edad es insignificante y que el activo es asombroso. Yo a los 30 años no tenía ni la mitad de la energía que tengo ahora. Es verdad que yo entonces fumaba y no cuidaba ciertas observancias. Pero desde que Doc entró en mi vida, es como si me hubieran salido nuevos músculos, nuevas neuronas, casi casi nuevas alas. Desde que él me enseñó a ocuparme de mí como de algo portentoso, a no aceptar nunca una versión de mí misma que no fuese la mejor, mis potencias se han multiplicado. Hasta en el sexo, oiga. Los reemplazos hormonales han significado para mí no un mero alargamiento de mi vida erótica, sino un verdadero reset de la misma. Nunca me había gustado tanto el sexo como ahora. Hay un gel de testosterona que si te lo aplicas tres veces por semana en…ah, pero de eso ya he hablado otras veces, y puedo volver a hacerlo cualquier otro día.

Hoy prefiero poner el acento en lo que me parece esencial: que el libro que tienen en sus manos describe y contiene una íntima revolución. La juventud de vuelta, como intuía yo de pequeña, es mucho mejor que la juventud a la ida. Mantener el motor en marcha a cierta edad no haciéndote trampas al solitario, no en plan retrato de Dorian Gray, sino entrando de lleno en el centro luminoso de la salud y la verdad, en por qué y para qué queremos estar vivos, nos hará no sólo más guapos y menos viejos. Nos hará mejores.

Porque al fin se cumplirá aquel deseo que hace sólo dos generaciones parecía inalcanzable: “Ay, si pudiera volver a ser joven con la experiencia de ahora” …

Pues eso. Gracias, Doc.

He hecho deporte continuadamente durante toda mi vida, y frecuentemente de manera intensa. A los 49 años noté súbitamente que mi rendimiento empeoraba rápidamente, y que me resultaba imposible mantener esfuerzos que apenas unos meses antes me hubieran parecido mínimos. La situación empeoró rápidamente y el agotamiento creció hasta afectarme más allá del deporte y dificultarme incluso mantener mis jornadas diarias de trabajo, que hasta entonces habían sido siempre intensas y extensas.

Soy médico, y me hice un análisis de sangre que reveló anomalías que nunca antes había tenido. Ninguna demasiado grave por sí misma, pero sí varias a la vez y que afectaban a órganos distintos. Como médico, no identificaba ninguna causa o enfermedad concreta que pudiera explicar la rapidez de mi deterioro físico, el cansancio tan intenso y progresivo, y las anomalías en mi analítica; varios órganos parecían estar empezando simplemente a agotarse. Es normal ir perdiendo rendimiento deportivo y cansarse más fácilmente al ir envejeciendo, pero no de manera tan brusca ni rápidamente progresiva. Además, nunca he fumado, tenía una dieta razonablemente buena y siempre había llevado una vida sana y hecho ejercicio físico; tampoco veía nada evidente que pudiera mejorar.

Por eso consulté al Dr. Durántez y hace ahora seis años que sigo sus pautas. Desde entonces la situación ha mejorado significativamente; las alteraciones de la analítica sanguínea han mejorado, varias de ellas se han corregido y, sobre todo, el agotamiento se ha reducido mucho y puedo seguir trabajando a pleno rendimiento y practicando deporte de manera habitual.

Como médico, valoro especialmente cómo actualiza sus conocimientos y fundamenta sus recomendaciones en los estudios científicos que van surgiendo, a fin de contar con una base sólida para obtener los mejores resultados sin asumir riesgos innecesarios. Como paciente, agradezco cuán pendiente está de la evolución de sus pacientes, el pragmatismo de sus recomendaciones, y que esté siempre listo a resolver cualquier duda que surja.

Es posible que estas pautas también prolonguen los años de vida. Pero realmente es lo que menos me importa; lo que ya he constatado es que están añadiendo vida a los años. Y eso desde luego sí me merece la pena.

Va a ser más de nuevo años que conozco al Dr. Durántez y me acuerdo de que me gustó su manera y aproximación a la medicina preventiva desde el primer momento porque su aproximación y forma de trabajar con sus pacientes es pragmática y realista cuyo objetivo es generar un programa integral que abarca todo, pero sin ser extremista hasta el punto de que no sea tan rígido que es insostenible.

En mi caso, Ángel me ayudó a establecer un programa personalizada para mejorar mi nutrición, para ser más regular y disciplinado en el ejercicio, de establecer – mediante pruebas clínicas externas – los suplementos, hormonas y, en mi caso, algún producto farmacéutico idóneos para mí – y luego realizar controles para monitorizar y ajustar los doses.

Soy una persona que le gusta tener objetivos tangibles y medibles y en este aspecto Ángel tampoco falla. A parte de los análisis de laboratorio, me hacía pruebas de esfuerzo (VO2 máximo, press de banca y de piernas máximo, de flexibilidad, de composición corporal (DEXA) entre otros.

Y conforme que iba siguiendo el programa, notaba las mejoras en estos resultados y, por supuesto, en mi vida cotidiana; me sentía con más energía, más agudo mentalmente, y más relajado (a pesar de mi trabajo de directivo muy estresante) y, consecuentemente, más feliz.

Como decía, y esto es realmente importante, un buen programa no viene a ser una “imposición” sino algo que para mí que me hace sentir mejor y, por lo tanto, no es una carga. Si algún día me apetece comer “comida basura” o pasarme en algo, lo hago; lo importante es la tendencia y Ángel nunca me ha intentado prohibir nada sino hacerme mucho más consciente de lo que ingesta y la actividad que hago. 

Me recuerdo que, pasado unos meses al inicio de mi programa, me veía cada vez mejor en el espejo y la gente también me decía que “wow, vaya cambio”. Nunca había sido una persona con sobrepeso, pero perdí seis kilos de grasa mientras que cogía tres kilos de musculo. No había estado en tan buena forma desde que había competido a un nivel muy alto en atletismo en la universidad.

Hoy gracias a la implementación de mi programa y con el apoyo, monitorización y “coaching” de Ángel, he recuperado – y estimo que mantengo un nivel de fitness y de energía, un físico y una salud general de un hombre mucho más joven. Me siento que tengo al menos 10 años menos de lo que dice mi DNI y es un placer poder hacer 100 kilómetros en bici con mi hijo de 17 años en una mañana con una intensidad importante y ni siquiera tener agujetas al día siguiente.

Gracias a Ángel, espero seguir gozando de una vida llena y plena en todos los aspectos durante todo el tiempo que me sea posible. Es, sin duda, la mejor inversión que he realizado en mi vida.